sábado, marzo 18, 2006

Volver

Bruno Marcos

En Volver se nos presenta una visión madura de lo que es el mundo de su autor más allá de los efectos, del atrezo general que constituía el mundo almodóvar.
Volver es algo así como su filosofía del mundo, de la vida. Casi de puntillas pasa por las metáforas más válidas del film, por ejemplo, la de ese pueblo manchego donde hay más alto número de viudas y locos de España.
La deseada ausencia de la figura masculina evidencia, en su universo, la concepción de la vida ideal como una fiesta infantil en compañía de tías, hermanas, primas, vecinas y, por supuesto, de la madre. Con desparpajo, así, el asesinato del padre prorroga hasta siempre ese gineceo contento volviendo feliz la viudez o la orfandad. Almodóvar plasma, hasta un extremo inhabitual, el mito de Edipo con la muerte del padre como liberación de todos los valores negativos asociados a lo masculino: la violencia, el maltrato, la seriedad y el aburrimiento.
Matar -simbólica o literariamente- al padre, en ese sentido, debió constituirse en su alegoría como un adiós a la represión y un impulso profundamente vital.
Especialmente conmovedor es el uso que ha hecho siempre del desprejuicio social, de la contaminación de los personajes, aparentemente aislados en los estamentos sociales, unidos por el deseo de libertad y, sobre todo, de ser felices. Genial el diálogo emprendido, aquí, por una hija con su madre muerta que le habla desde el maletero del coche.
Amar tanto a esa madre que aparece con esas pintas, realmente como un fantasma en vida, rediviva, con esos calcetines, coloca al amor, de una forma muy simple, por encima de cualquier convención.
Saltando el escollo de la inverosimilitud de la sofisticada Penélope Cruz representando a una mujer de pueblo o suburbio y lo imposible del cadáver – más muñeco que cadáver- que arrastra, por momentos, Penélope aparece como una excitante heroína neorrealista.*
Nos quejamos de que Almodóvar exagera y nos colma con sus almodovaradas pero, ¿no está acaso nuestra cotidianeidad empapada de ellas?¿No nos cuenta, la aristócrata romana al salir del estreno, cuántas veces hacen el amor sus vecinos y a qué horas, como escandalizada por los altísimos gemidos y, luego, al llegar a casa, llama a la Jackson para que lo oiga por el móvil, la cual, al encontrarse en las inmediaciones a altas horas aprovisionándose de comida basura, va y sube a su casa y se pone a escuchar también los bramidos amatorios comentando que qué envidia le dan los amantes rugientes?

*No en vano Carmen Maura aparece una noche viendo en la 2 una película de Ana Magnani.

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Realmente las películas de Almodovar tienen puntos que nos resultan graciosos porque plasman algo que reconocemos pero en lo que no reparamos. Algo como esos calcetines ejecutivos a media pantorrila color carne, tan terriblemente cotidianos, que llevan las señoras mayores porque los pantis les resultan incomodos. Ese es uno de los secretos de su humor, destacar algo conocido y mezclarlo en unas situaciones inverosimiles (y salpicarlo con algo escatológico, como esa costumbre de hablar de ventosidades).
Respecto a las funciones de notario para las que se me requirió sobre la sonoridad que puebla la casa de nuestra común amiga, he de decir que como espectadora (oyente en este caso) quedé impresionada (hay que reconocer la excelencia de todo espéctaculo). Propongo una reunión en noches futuras para que todos reflexionemos sobre este "teatro del sonido" y posteriormente dialoguemos sobre la utilidad de el ladrillo en la construcción actual.

marzo 19, 2006 1:27 p. m.  
Blogger . said...

loli, tu estilo cada día es mejor. Apoyo la idea de la fiesta pijama a la caza de las psicofonías amatorias de los vecinos de la romana

marzo 19, 2006 2:05 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Los cazadores de erosfonías,buen título para un cuento.saludos cuervo

marzo 22, 2006 9:11 a. m.  

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